Penguin Freud.

El viaje había sido programado con unos meses de antelación, que no se diga que lo hicimos a la rápida. No, en eso cuidamos hasta el más mínimo detalle. Pero en algo siempre fallamos: la hora.

Con Campos, amiga periodística, estudiante de una noble universidad capitalina, quedamos en juntarnos en una estación de metro para desde ahí, tomar un bus y bajarnos, con media hora de antelación, en el aeropuerto. Así hacer el bendito check in, policía internacional, maravilloso duty free y finalmente el embarque. Pero como dije con antelación, algo salió mal. (Y lamentablemente planteaba un precedente en esta travesía que era juntar a los tuyos, los míos y los nuestros. amigos al por mayor y no precisamente los que se llevaban mejor) llegamos tarde al aeropuerto y el check in lo hicimos en 15 minutos, corrimos a través de esos pasillos repletos de dulcería capitalista sin ni siquiera mirarlos, hasta aterrizar en el mostrador del vuelo 4558. Ahí estábamos al fin. Embarcando a las tierras del Che, Eva Perón, Jorge Lanata y los Kirchner, por segunda vez este año.

Atravesábamos la cordillera, con ese poco hielo que le va quedando después de “una verdad incomoda”, cuando la presión del terodáctilo moderno se hace patente en mi oído. Nunca me quejo de nada, siempre los vuelos que he tomado han sido de lo más tranquilos, pero esta vez un leve zumbido me removió la paciencia. Es que si no tenia una abeja moviéndose dentro no se que era. Sólo sentía un “tu tun, tu tun” un volcán a punto de explotar, un tímpano a punto de ser despedazado. Me imaginaba la escena, absolutamente sacada de Tarantino, mi oído explotaba y con esto un chorro de sangre saltaba sobre los otros pasajeros los que enfurecidos me querían linchar, así se desataba la hecatombe dentro del avión, que finalmente caía al vació debido a su poca maniobrabilidad. Un castigo divino ha tanto pecado suelto en mi cuerpo.

Gracias a Dios, Buda, Yemanjá, Krishna, no sé, el avión descendió 15 minutos después. Por lo que pude sobrevivir a la primera parte de la travesía, travesía que denominaremos: tormenta del desierto.

Tormenta del desierto

En este viaje participábamos: Shiloh, egresada de cine, hoy trabajando en una película nacional de alto presupuesto, lo que la cataloga como mi amiga inmersa en el hollywood chilensis.

Derbitch + flakis: amigas de campos, de apellidos exóticos, mudas en eventos sociales, sin un roce social profundo ni delicado. Sin talento conocido más que el antiguo arte del pelambre descarnado, lo que no es menor.

Carolaina: princesa citadina, con el corazón roto por rucio (exquisito y peludin) y de cumpleaños (motivo oficial de esta fiesta cambiada de ciudad) estudiantes de periodismo de una ilustre casa de estudios santiaguina con nombre de uno de los primeros monsters políticos de este lado del océano.

Campos: aspirante a princesa citadina. Eterna enamorada de Timoti, cantante de una banda grunge y primo de carolaina.

Dani 5.4: recién conocida emperatriz, abogada de profesión y trabajadora de un prestigioso buffet de abogados. La agregué a mi selecto grupo de amistades recientes.

Sebastianicolas: yo.

(Si, yo también pensaba igual. que voy hacer con tanto ovario suelto?)

El problema no empezó el primer día, ni tampoco el segundo sino que fue un cúmulo de actitudes que terminaron por hacernos querer lanzar la bomba atómica por sobre todo esto.

Ahora que han pasado los días, puedo analizarlo mejor. Y se que no soy una blanca paloma. Pero tampoco asumo toda la responsabilidad del asunto. Pero vamos por parte.

Tormenta del desierto I

Carolaina podría ser una cuica rancia, un mounstruo de esos que vemos en las películas gringas, esos que maltratan a los nerds/gordos/feos/latinos/chinos, pero no. unas de las tantas cosas que uno puede rescatar de esta mujer, es que es profundamente noble (si, así como el papel higiénico, pero de otra forma) . Y no se de donde habrá salido eso. No se si fue su madre fanática de Freud o su padre magnate que le dieron ese temple de ser humano decente, que tanta falta le hace a la burguesía nacional. Eso de saber que tu nana no es tu esclava, sino la señora que ordena tu casa, que tu profesora no es tu institutriz privada y que los reinados cayeron hace rato.

Carolaina en un esfuerzo tridimensional de las minas de carbón colombianas, nos invitó a Bs As, en una forma un poco extraña de celebrar su cumpleaños. Sólo fuimos un selecto grupo de amigos, los más allegados de alguna forma. Pero Carolaina ya iba mal. Hace una semana, Blondie había barrido con su corazón de fina porcelana China. La canción de Cristina y los Subterráneos se ideó para está ocasión, 15 años atrás la Europea Cristina Rosenvinge cantaba: “mil pedazos de mi corazón, volaron por toda la habitación”, vaticinando lo que ocurriría en una neoliberal ciudad del tercer mundo, en medio del 2007.

La hecatombe vino el día 6. Después de haber soportado pataletas continúas, caras de lata de cuatro metros y un sin fin de poco simpáticas actitudes.

Las chicas querían ir de party, por chicas diga a Campos + Derbitch + Flakis, por que el resto de nosotros no teníamos ni la menor gana de salir a algún boliche. La idea fue la siguiente, hacíamos como que pedíamos dos taxis, pero en realidad pedíamos uno y nosotros nos quedábamos ahí. En el hostal, con los otros chicos (XL, y Chilean Saiko) a conversar y alcoholizarnos en tranquilidad. En eso el taxi llega, campos y cia se suben. Nosotros decidimos no ir. En parte por que no queríamos y en parte por que estábamos hartos de la extrema dependencia que tenían ellas de nosotros. Y claro que en esta fracción todo se complica, sobre todo cuando empezamos a hablar de “ellos” y “nosotros” como si fuéramos enemigos y no nos viéramos 5 veces por semana.

Al otro día no nos hablaban. Campos piloteaba una envestida golpista de aquellas y nos retiro el saludo. Las otras dos como fieles a lo único que las mantenía en Bs. As hicieron lo mismo. De ahí hasta el último día no nos hablamos. Las comunicaciones se cortaron y en cada lugar que nos topábamos era una instancia creada para que Campos deslizara comentarios sarcásticos, natural dentro de su ideología de la adolescencia/dependencia.

Se que en una de esas la cagamos. Se que tuvimos que decirles que no íbamos. Pero con las reacciones que vimos en los días posteriores asumimos que nuestra conducta estaba bien. Ni Shiloh, ni Carolaina eran madres de estas niñatas que se amurraban si no hacíamos lo que ellas querían.

Lo peor fue el viaje de vuelta.

La línea aérea nos entregó una reserva para un vuelo a las 9 de la noche, por que lo había que estar 2 horas antes en el aeropuerto. Llegamos una hora y media antes y nos dicen que el avión salía a las 8, y que check in ya se había cerrado.

Perdimos el vuelo.

El vuelo más cercano era al otro día a las 10 de la mañana. Yo tenía examen a las 9. El estado de desesperación fue mayor que del de los atentados a las torres gemelas. Teníamos que pasar toda la noche en el aeropuerto. Sacamos los tickets nuevos y nos dispusimos a dar vueltas por Ezeiza, cada uno por su lado, claro, no daba para más. Con Carolaina dábamos vueltas sin sentido esperando que un milagro nos salvara de tan paupérrima situación.

El milagro llegó. Pero esa parte es reservada. Podrá ser revelada cuando escriba un libro de mis memorias y una editorial pague millones de dólares por tenerla.

Estábamos en el check in, solos. carolaina y yo, las demás habían subido y estaban en la fila para subir al avión. Me sentía pésimo y fui un par de veces al baño a vomitar. Cuando todo estaba listo a Carolaina se le pierde un papel de inmigración y tiene que pagarlo son solo un par de pesos argentinos, pero los habíamos gastado todos en revistas. Y no reciben tarjetas. Carolaina me dice que me vaya, que ella buscara una forma de volver a Chile, pero que yo no podía perder mi examen. Si las demás no hubieran subido, podríamos haber pagado la multa y subido todos al avión. Pero no, la indiferencia se perpetuo entre nosotros.

Mientras pasaba por policía internacional caminaba tan cabizbajo que la gente me miraba. No podía entender que después de todo lo mal que lo había pasado en su cumpleaños, más encima estuviera perdiendo por segunda vez el vuelo. Al llegar al mesón de vuelo, hablamos con el encargado y los otros chilenos que esperaban por subir empezaron a armar un alboroto. La única decisión posible fue que uno de nosotros se quedara en tierra y embarcara en el vuelo de las 8 de la noche, ese mismo día. No podíamos dejarla sola. No con el antecedente de que carolaina se empastilla hasta las rodillas para viajar sin miedo. Shiloh se quedó y yo partí con las otras chicas hacia Chile.

Acá empezaba otra lucha para poder dar el examen. Pero eso es cuento de otro día. Y en verdad me da una lata terrorífica hablar de mi universidad.