Ay Dolores!

Las entradas a Dolores salieron de la nada, tan de la nada que en media hora me transporte del Drug store hasta el metro Universidad Católica buscando a Luís Ignacio para volar a su concierto.

Dolores O’riordan es una de las tres voces más famosas de Irlanda, una de las tres exportaciones con agregado cultural que transformó Irlanda de un campo de batalla religioso a una de las economías más poderosas de la Unión Europea.

Llegamos atrasados, pero ahí estábamos. El adorable Sebas, el burgués más simpaticón de la temporada (no conocedor de la Moneda), novio de Luís, una niña pelolais (aunque ella no quisiera admitirlo, era en extremo de esa nueva casta) y yo, pasando a toda velocidad entre la multitud. Sobre el escenario Dolores galopa sobre su guitarra y escupe “Zombie”, ese himno noventero que hablaba sobre el terrorismo que azotaba su tierra natal: “But you see, it's not me, it's not my family. In your head, in your head they are fighting, With their tanks and their bombs, And their bombs and their guns. In your head, in your head, they are crying...” Abajo la gente enloquece, nunca vi tantas chicas llorando, tantas chicas cantando en contra de la guerra (sabían ellas que cantaban contra la guerra?) y nunca tantas mirando al frente como recibiendo ordenes de la hermana adelantada.

Hace unos días hablaba con Leo y este me decía que las entradas estaban excesivamente caras (tema de debate, entradas de Bjork en Argentina: 90 lucas las más caras) yo decía que no, que los conciertos no tiene por que ser tan baratos como una cajetilla de cigarros o un libro de Pablo Simonetti, los conciertos son experiencias únicas que nunca más podrás repetir. Es probable que Dolores cante las mismas canciones durante toda su gira, pero la forma en que golpeo el suelo, la expresión de su rostro mientras hacia un solo de guitarra y el zumbido de su voz durante “ode to my family” serán únicos.

Los conciertos son caros por que producen un éxtasis momentáneo, un estallido sonoro que dura dos horas y que te deja pensando en el por días. Un buen show es lo más cercano que tendremos a ver como un artista hizo su pintura o como un escultor plasmo su creatividad sobre piedras, los conciertos son instalaciones artísticas de corta duración, instalaciones por las que vale la pena pagar.

En los tempranos noventas, ahí cuando recién había caído el muro, Dolores enfrentaba la anorexia. El terrorismo del Irlanda del norte se había colado en su cuerpo y producía estragos en su condición de cantante, teniendo que cancelar la gira promocional “Free to Decide”

Las luces nos enfrentan y O’riordan nos dice que somos un lindo país, unos fans increíbles y que la disculpemos por todo el tiempo que nos hizo esperar, de seguro dice lo mismo en estadio que pisa, pero Dolores hace que nos sintamos en casa y desde esta posición su voz se escucha más parecida aun a la de Sinead O’connor. Por que con Sinead comparten más que los antepasados (de seguro extraños duendes verdes) y el apostrofe después de la O. ambas corresponden al perfil de “chica rebelde que tuvo un trauma infantil” hiper requetecontra explotado por las discográficas a fines de los ochentas (Madonna, Cindy) y ahora con nenas como Lily Allen.

Dolores fue esplendida, limpia, con un repertorio impecable y una voz que hizo tambalear los cimientos del teatro Caupolicán. No soy un fan acérrimo pero disfrute plenamente su espectáculo donde demostró que a pesar de ser extremadamente pequeñita y menuda, rockea como nadie.